Nos enfrentamos a diferentes retos, tanto en lo personal como en lo profesional. Lo malo es que a veces, muchas veces, nos damos cuenta de que no estamos preparados para superarlos, o nos dejamos intimidar por los miedos, o nos agobia la soledad.
Cada día, tristemente, a través de los medios de comunicación o de las redes sociales nos cuentan que nuevas empresas cerrarán sus puertas, que cientos de trabajadores quedarán cesantes. Ese es un drama personal, familiar y social, una bomba de tiempo que está a punto de estallar.
Los recientes eventos, con la parálisis total de las actividades por el confinamiento obligatorio por causa del coronavirus, llevaron esta situación al límite. Cientos de miles de personas, millones, se quedaron sin trabajo o, peor, por el cierre perdieron sus negocios, sus empresas, sus ilusiones.
Al mismo tiempo, muchas más viven atemorizadas, presas del pánico porque saben que en cualquier momento pueden pasar a engrosar la lista de desocupados. Y las agobia pensar en las responsabilidades, en los hijos, en los compromisos adquiridos, en los sueños que se derrumban.